Recuerdo mi primer ordenador personal en la década de los 80.
Fue en Samovi. Era un IBM XT que se cargaba con 2 diskettes de 5 ¼.
Si, si de 5 ¼ mucho después llegaron los de 3 ½.
El IBM visto hoy, era, muy, muy lento. Pero entonces totalmente práctico.
Con una pantalla verde flúor, que hacía estragos en mis ojos. No existía el ratón.
Pocos meses después fuimos tan valientes que le conectamos un multilink
(ordenador periférico) para poder obtener información del IBM. Utilizamos una pantalla y teclado a una distancia de unos 30 metros, en la que obteníamos la información del ordenador (central).
La pantalla de este segundo era de color marrón y la velocidad en cargar el sistema en este periférico permitía tomar varios cafés hasta obtener la información.
Deciros que aquel momento era el emblema de la Empresa. La dirección de esta antes de mostrar lo que vendíamos y a lo que nos dedicábamos, mostraba esta gran proeza de la técnica del momento.
Parece un cuento. Pero no lo es.
Os aseguro que lo disfrute, disfrutamos muchísimo.

Para 8 gigabytes de tamaño se necesitarían alrededor de 5.700 unidades de este sistema

Sin duda alguna, al protagonista de hoy no lo conocen los integrantes de las generaciones más jóvenes, puesto que a ellos no les serviría para casi nada. Se trata del disco flexible (floppy disk o diskette en inglés) o disquete, nombre escogido porque quienes lo crearon buscaban una denominación similar a casete, que nació a finales de los años 60.
En 1967 la empresa IBM encargó a su Centro de Desarrollo de Almacenamiento de San José (California) el trabajo de crear un nuevo sistema, sencillo y con un coste bajo, para cargar microcódigo en sus computadores centrales. Eran disquetes de 8”, a los que luego seguirían otros tamaños evolucionando hasta llegar al más popularizado de 3½ y 1,2 MB. A este se llegará después de diferentes evoluciones, sobre todo durante la siguiente década, período en el que se produce el verdadero desarrollo de este sistema de almacenaje de datos.

Una habitación para disquetes
Por fortuna aquí sí que se puede afirmar que la evolución ha sido positiva (no siempre es así, también en el sector de las nuevas tecnologías). En los tiempos que corren, en cualquier hogar, además de la habitación del vástago habría que tener otra solo para guardarlos puesto que, a modo de ejemplo, para 8 GB de datos (lo que ocupa el juego FIFA 14) se necesitarían casi… ¡5.700 disquetes!
No obstante, y aunque en cuanto a su capacidad para almacenar datos, su aparición supuso todo un hito porque significó que cualquiera tuviera la posibilidad, tanto de poner a buen recaudo según qué cosas, como de poder llevarlas a cualquier sitio (incluso almacenarlas en casa de papá y mamá).

También Nintendo
A pesar de ello, hay que decir que sí se utilizaron para jugar. En concreto, los japoneses de Nintendo crearon un formato propio, cuyas características eran muy similares al disquete de 3½. Su uso era como periférico para una consola determinada y no llegó nunca a ir más allá de las fronteras niponas.

Cómo funciona
A grandes rasgos, un disco flexible, utilizado generalmente para el almacenamiento de datos, está formado por una pieza circular (de material magnético) y fina. Todo el dispositivo se encuentra instalado bajo una carcasa cuadrada o rectangular que se metía en el interior de una disquetera (bien integrada en el propio ordenador, bien externa) para la lectura o la introducción de datos.

Precisamente, uno de los elementos que separan a las actuales generaciones de aquellas a las que este sistema resolvió más de un problema, tiene que ver con los ordenadores que existían entonces. Entre aquellos usuarios de las décadas de los 80 y 90 ¿quién no recuerda el Commodore 64 o Amiga, ZX Spectrum 128 +3 o los IBM? Se da la circunstancia de que los disquetes, además de para almacenar datos, sin salirse de esa función también eran el ‘cajón’ donde estaban los sistemas operativos o aplicaciones informáticas.

Fecha de caducidad
Pero a los disquetes o discos flexibles les tenía que llegar su hora. Los nuevos tiempos de la informática requerían y reclamaban otros sistemas de almacenamiento más fiables y con mayor capacidad. De este modo, la aparición del CD y del DVD puso en entredicho su operatividad.
A esto se añadieron, ya en este siglo XXI, los pendrive, que superaban en todo a aquel sistema. Los USB sellaron la sentencia de muerte de unos disquetes que pasaron a ocupar el último lugar de las cajas donde se guardan las reliquias de lo que entonces era paradigma de modernidad.
Sin embargo, aunque muchos lo dan por muerto, lo cierto es que hay quien se resiste (incluidas algunas multinacionales del sector) a deshacerse del todo de ellos. Así que, mientras las memorias USB o pendrive alcanzan ya la capacidad de 1 TB, parece que los disquetes siguen dando guerra… o intentándolo.

 

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