La primavera acecha a la vuelta de la esquina, aunque debido a las lluvias y al frío de la última semana, se nos haya olvidado. Con el buen tiempo llega el inevitable aligeramiento de ropa, y al hacerlo, nos damos cuenta –otra vez, demasiado tarde– de que quizá no hemos perdido ese peso del que nos prometimos deshacernos en enero. Aún hay tiempo para ponernos a dieta, pero eso exige muchas cosas de nuestra parte. Entre ellas, unos sacrificios y un esfuerzo que no todos estamos dispuestos a mantener durante meses. Sin embargo, la motivación interna no es lo más decisivo a la hora de eliminar nuestras grasas, sino que la externa puede ser mucho más importante, como acaba de poner de manifiesto una investigación de la Clínica Mayo estadounidense, que tiene su sede central en Rochester (Minnesota). ¿Cuál, en concreto? Pues la obvia: el dinero.
Según los datos proporcionados por la institución benéfica en una reciente comunicación pública, aquellos investigados que se enfrentaban a la posibilidad de ganar o perder veinte dólares (algo más de quince euros) al mes, llegaban a perder hasta nueve libras, unos cinco kilogramos. Al mismo tiempo, aquellos que habían sido sometidos a un programa de adelgazamiento en el que no estaban sujetos a ningún tipo de refuerzo o castigo, habían dado lugar a unos resultados finales muy diferentes. Estos perdieron cuatro veces menos peso (alrededor de un kilo), lo cual permite a los investigadores defender que, efectivamente, el dinero puede marcar la diferencia. Y de manera significativa.
El palo y la zanahoria
Quizá los resultados, que han sido expuestos este pasado fin de semana en San Francisco en el marco de la conferencia anual del Instituto Americano de Cardiología en su 62ª edición, no digan nada bueno de nuestra disposición intrínseca a llevar una vida más saludable. O, por lo menos, de la de cien de los trabajadores de la Clínica Mayo, que fueron quienes participaron en el estudio durante un año completo. Por mucho que pensemos que podemos conseguir lo que queramos con la única alianza de nuestra voluntad, una ayuda externa puede marcar la diferencia, sobre todo si esta tiene forma de billete. Que la cantidad no fuese particularmente cuantiosa a simple vista muestra que lo importante no es el montante en sí, sino el mero hecho de gozar de refuerzos positivos y negativos.
En concreto, las herramientas empleadas por el doctor Steve Driver y sus compañeros fueron las que según la psicología conductista se denominan la del refuerzo positivo y el del castigo negativo. El refuerzo positivo, cuando se entregaban veinte dólares a aquellos que habían conseguido perder más de cuatro libras (casi dos kilogramos) después de un mes en el programa de ejercicios. El castigo negativo, en el momento en el que se penalizaba con la misma cantidad económica a aquellos que no habían alcanzado su objetivo. A ello había que añadirle una lotería cuyos premios eran obtenidos a partir del dinero de penalización de los que habían fracasado, y que se repartía entre todos los participantes del programa. Ello provocaba que hubiese quien ganó unos 360 dólares.
Los resultados no dejan lugar a duda. De los cincuenta obesos que habían participado en el programa de incentivos, el 62% completaron a lo largo de todo el año su programa de adelgazamiento, mientras que entre aquellos que no gozaban de ningún beneficio económico, tan sólo el 26% habían permanecido fieles a la dieta hasta el último día. Lo que marcaba la diferencia era la mera promesa de que podrían obtener un beneficio económico en el futuro. El doctor afirma que “la gente se dio cuenta de que si se mantenían constantes tendrían más oportunidades de ganar aquello que habían perdido”.
Como señalan en su nota de prensa los responsables del estudio, los resultados eran de esperar, ya que es el viejo sistema del palo y la zanahoria que permite que el incentivo económico empuje a la consecución de determinados objetivos. Nunca antes había realizado un estudio semejante con una muestra tan amplia y a lo largo de tanto tiempo, ya que el máximo hasta la fecha se encontraba en 36 semanas, es decir, nueve meses. La duda se encuentra, claro está, en saber si esto podría aplicarse en un plazo aún mayor, algo que muchos ponen en tela de juicio.
Pan para hoy, hambre para mañana
El propio responsable de la investigación, el doctor Driver, cree que este tipo de programas pueden tener problemas en el largo plazo si los estímulos desaparecen, como han demostrado en repetidas ocasiones ciertos programas para superar el tabaquismo o la drogadicción. “No se trata de un apoyo con el que la gente aprende a tener buenos hábitos y más tarde siguen haciéndolo por su cuenta”, afirmaba el facultativo de la Clínica Mayo, que mantiene que existen dos estrategias diferentes pueden garantizar el mantenimiento de esta conducta. Una es el castigo negativo, la penalización, que se mantiene como amenaza en caso de que nos relajemos en nuestras costumbres. Otra es adelantar el dinero de penalización antes de comenzar el programa, de manera que ya existe algo en juego: recuperar lo perdido.
Lo que está claro es que toda ayuda parece poca cuando nuestro objetivo es perder peso, por mucho que ponga en duda nuestra capacidad para hacer frente a cualquier desafío. La última moraleja, en terminología del propio Driver, que se desprende de la presente investigación, es que “una pérdida de peso sostenida puede ser conseguida gracias a incentivos fiscales. Estos pueden mejorar los resultados finales, al mismo tiempo que contribuir al cumplimiento de los objetivos y la adherencia al mismo”. Así que quizá obligarnos a un programa de multas de aquí a junio pueda ayudarnos a acelerar la operación bikini, siempre y cuando tengamos algo que ganar. Por ahora, los investigadores americanos han aplaudido el descubrimiento como un camino alternativo para poner freno al creciente número de obesos que existen en el país americano.
[Via ElConfidencial]