Nuestra capacidad de asombro en cuanto a gadgets está bloqueada, una circunstancia relacionada con el hecho de que, en la inmensa mayoría de los casos, su existencia -como ha ocurrido con los primeros relojes inteligentes y muchos auguran que ocurrirá también con Google Glass- responde cada vez menos a necesidades del ser humano, cuando tradicionalmente el desarrollo de las nuevas tecnologías ha estado ligado a un criterio de utilidad, más allá del puro artificio.
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Mientras en el primer mundo los fabricantes, y también los emprendedores, muchas veces a través de crowdfunding, buscan desesperadamente nuevas necesidades que transformar en tecnología, en los países pobres hasta el gadget más sencillo del mundo puede significar una revolución. Eso es, precisamente, lo que está ocurriendo en África con las lámparas solares desde hace una década.
El africano es el continente menos electrificado del mundo. Hoy por hoy, en el mundo rural sólo el 9% de los habitantes del África subsahariana dispone de luz eléctrica, mientras el 91% restante está obligado a gastar el 25% de sus ingresos en las peligrosas lámparas de queroseno. Además, entre aquéllos que sí tienen acceso a la red eléctrica pocos pueden pagar el enganche a la red.
“Aunque haya una red cerca, la conexión es muy cara. Cuesta 500 euros para personas que deben mantener a sus familias con uno o dos dólares al día. Y comprar el queroseno para disponer de él a diario, les hace gastar alrededor del 70% de ese salario”, relata Evans Wadongo (Kenia, 1986), uno de los protagonistas secundarios de la historia de las lámparas solares, el gadget que está transformando África a pequeña escala.
Daños en la vista
Siendo niño, el keniata había sufrido graves daños en su vista por culpa del humo emitido por una lámpara de queroseno, un sistema de iluminación que también puede provocar serios problemas respiratorios e incluso cáncer de garganta y pulmón. Wadongo la encendía por las noches en su casa para hacer los deberes, pero le costó daños irreparables. Por eso cuando cumplió 19 años decidió convertirse en ingeniero para volcar todos sus esfuerzos en el desarrollo de un sistema de iluminación limpio y barato para hogares como el suyo.
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Así nació, en 2004, el gadget de nombre Mwangabora, que en suajili significa “luz buena”, una sencilla lámpara solar LED fabricada al 50% con materiales reciclados. Desde entonces, ha entregado más de 30.000 unidades a través de la organización Justonelamp. La intensidad de su luz es 200 veces superior al de las lámparas de queroseno, se puede cargar en cuatro horas y su duración es de seis.
Gracias a su proyecto, además de mejorar la calidad de vida de muchas de familias, ha contribuido a potenciar el rendimiento escolar de miles de niños. “Muchos de mis amigos abandonaron la escuela porque no podían hacer los deberes y eran castigados. Los profesores no lo entendían”, explica Wadongo. El precio de cada unidad producida por Wadongo es de 18 euros, aunque existen iniciativas que ofrecen productos similares por menos de la mitad.
Objetivo 2020
Es el caso de uno de los primeros proyectos del mundo para llevar a África lámparas solares de forma masiva. Desde el año 2000, la empresa social SolarAid ha distribuido a través de su proyecto SunnyMoney casi un millón de lámparas solares LED en el continente, a un precio mínimo de seis euros cada unidad. Su objetivo es jubilar del continente las lámparas de queroseno para el año 2020, beneficiando a 100 millones de personas.
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En la misma línea, la firma D. Light Solar calcula que sus lámparas, comercializadas a partir de siete euros, ya han tenido un impacto directo sobre la vida de 25 millones de personas, alcanzando en total a más de seis millones de niños en edad escolar. En cualquier caso, los proyectos consagrados a proveer de lámparas solares LED a los países menos desarrollados son cada vez más, destacando, por ejemplo, MightyLight, una iniciativa de la firma Cosmos Ignite, que ha llevado miles de lámparas a la India rural.
Historias como la de William Kamkwamba, el emprendedor africano que salvó a su pueblo con molinos de viento, demuestran el potencial de cambio de las energías limpias. El recorrido de su impacto es más patente en el tercer mundo, donde la población parte en muchas ocasiones de cero, aunque en los países ricos la transformación social también podría ser radical, además a gran escala. No obstante, la dependencia de las fuentes tradicionales de energía, que de momento la gran mayoría de la población sí puede pagar, aunque cada vez con más dificultades, hace impensable la necesidad de una revolución solar como la que se avecina en el continente africano.

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